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Carreras de bicicleta en Trujuy.

En el año 1979 yo tenia 8 años. Eramos 4 hermanos en mi familia y las posibilidades económicas no eran las actuales, tampoco la realidad nacional ni nuestros conceptos lo eran.

Los 4 hermanos queríamos tener una bicicleta. Hoy en día entiendo por que paso tanto tiempo, hasta que pudo tener una cada uno.

Mi papa era un obrero. Nunca lo veíamos. Ya estabamos durmiendo cuando él llegaba y no estaba al levantarnos. Lo veíamos algunos domingos, uno o dos al mes, ese domingo él se levantaba mas tarde que nosotros. Sabíamos que estaba porque la camioneta estaba en el patio. De hecho cada domingo al salir afuera de la casa mirábamos si estaba la C10 azul con un fileteado de cintas argentinas, no muy bien hecho, que él había pintado. Al centro del capo un pegaso cromado, también con cintas argentinas que salían de la punta de las alas y flameaban cuando la camioneta iba en tercera. Para completar la decoración de la misma, una tosca cañera oxidada y abollada que se extendía desde el paragolpes delantero asta la altura de la cabina y de allí hasta atrás, bajaba al final de la caja. La cañera era temible, ni auto, ni colectivo y ni camioneta estacionaba muy pegado a la C10.

Mi papa era oficial montador y era de los buenos. Trabajo como contratista en Peugeot, Ford, Chevrolet, Fiat, Coca cola, la cancha de Velez; solo por nombrar los mas conocidos.

Recuerdo que un domingo lo vino a buscar un tano como a las 7hs, él se levanto, recibió al tano en el comedor, y nos mando afuera, al rato ambos se fueron y mi papa no regreso hasta la noche. Nos contó que el tano tenia una fabrica de bolitas y una maquina cuyo nombre no viene al caso se había roto, en consecuencia el tano, hacía ya unos días que no fabricaba bolitas. Ese domingo mi papa había arreglado la maquina y estuvieron probando como funcionaba hasta las 20hs.

Nos mando a la caja de la camioneta a buscar una bolsa de arpillera. Es para ustedes, dijo. La bolsa estaba llena de bolitas y bolones, amapolas japonesas, ojos de gato, lecheras y sin dibujo, opalos y muchas otras que no recuerdo. Le preguntamos: ¿cuantas eran?; 10.000 contesto. Comio y se fue a dormir. Ese domingo no hubo pizzeria ni Ital park ni paseo alguno. Solo las 10.000 bolitas que nos pusimos a repartir entre los cuatro. Esa tarea nos llevo varias tardes, además demorada por algún desacuerdo. Algunas parecían especiales y discutíamos quien sería su dueño. Cuando terminamos cada uno tenía su bolsa, a la que le agrego los aceritos. Estos aceritos ahora comprendo eran las bolillas de rulemanes rotos que mi papa nos traía del trabajo y mi mama nos los daba por la mañana, ni en la escuela, ni en el barrio ningún otro tenía aceritos y cuando perdíamos uno jugando era una tragedia y regocijo de quien nos lo había ganado. Es que no se vendían en los kioscos.

Otro domingo un hombre vino a casa agradeciendo una reparación en su fabrica, le trajo a mi papa muchisimos lápices de labio, carteras y zapatos de mujer. Recuerdo que mi papa no los acepto y el hombre se fue bastante disgustado. Mi papa estuvo todo el día pálido y mudo después fue a charlar con mi tío que vivía en una casa en el mismo terreno que nosotros; trabajaban juntos. Se acaloraron mucho, decían cosas como... Esos hijos de puta. O algún día se van a tener que ir...

Y ¿Desde cuando ese tiene una fabrica?. Tarde muchos años en comprender esa escena.

Ese domingo la camioneta estaba, y no solo eso, desprolijamente apiladas había 6 bicicletas y 2 cartings. Ese domingo mi papa y mi tío se levantaron temprano y desarmaron y armaron bicicletas y cartings. Cambiaban piezas. Piñones o coronas de alguna bici que estaba en la pila de chatarra. Puteaban, agarraban a mazazos alguna bicicleta, cortaban y soldaban. Fueron al taller y trajeron varias latas de pintura casi vacias, una botella con nafta y una maquina de fly. A la tarde. nosotros cuatro y mis dos primos tuvimos que dejar de ser espectadores porque se nos asignaron tareas de pintura y encintado bajo la supervisión de mi tío y mi papa. La mañana del lunes se hizo interminable, sabiamos que al salir de la escuela 11 nos esperaban las bicicletas, y así fue, un mundo nuevo se abrio ante nosotros. Ya no había distancias grandes, cuando mi mama necesitaba un mandado nos peleábamos, pero ahora para ir, no como antes, incluso nos olvidábamos voluntariamente de algo para ir otra vez.

Un mundo nuevo de amigos y rivales apareció ante nosotros en el circuito de Trujuy, unas extrañas calles asfaltadas, técnicamente inútiles para el transito de la zona, pero no para los pibes del barrio que nos reuníamos ahí para competir. Paso a ser la principal preocupación de nuestras vidas, carreras de bicicleta. Eran numerosos competidores depende el día y la hora tener una bicicleta implicaba responsabilidades y gastos. Había que hacer mandados, se podía vender avon o tuperware y así tener una moneda para las emparchadas, el aire y los temidos cambios de cubierta, los accesorios eran lujos extremos. Los frenos, innecesarios, bastaba poner el talón derecho a la rueda trasera.

Los competidores eran cerca de 20. Había bicicletas de todo tipo; inglesas, minirroda, cross y otras indefinibles; extraños cuadros diseñados y construidos por algún fabricante de por acá que ni marca tenia. Una bicicleta era una bicicleta y no había moda para eso, lo mismo pasaba con las zapatillas. Tenias zapatillas o andabas en pata, o con las rotas. En Navidad o en reyes o el día del niño te regalaban pampero o flecha o puma y eran hermosas hasta que el futbol y el ciclismo las reducían a un trapo con suela gastada, con un agujero en el talón derecho, y eso nos obligaba a frenar con el talón izquierdo  

Cabe destacar la participación minoritaria de las nenas del barrio como espectadoras de las carreras, competir en ellas les estaba prohibido, por sus padres y por nosotros.

Sin embargo ellas cumplían un roll fundamental en las carreras: eran el publico, ellas victoreaban a los ganadores y se burlaban de los perdedores, ellas admiraban a los llenos de cicatrices y mas aun a los que competían heridos. Recuerdo mis competencias con el brazo derecho enyesado por una fractura que nada tenia que ver con las bicicletas pero fui el piloto favorito ganara o perdiera. Recuerdo que cuando me sacaron el yeso y me radiografiaron tuvieron que operarme de nuevo. El brazo estaba mal. Claro yo le había pegado varios yesasos a un rival y si bien gane esa pelea me comí tres meses mas de yeso.

Para redondear. Las nenas que iban a ver esas carreras montadas en sus ridículas bicicletas prolijas y con canastito al frente. No eran solo el publico. Hoy entiendo que las carreras eran para ellas. Aunque las odiáramos y fingiéramos ignorarlas nadie se negaba a prestarle la bici para una vuelta o mejor aun a llevarla a la casa parada en el portaequipaje, en el caño o en el manubrio. Todos se burlarían pero era envidia. Era más glorioso que ganar una carrera si eso era posible. Si era eso posible y ni hablar de un paseo despacio como escolta de esas bicis con canastito alrededor del convento. Hoy comprendo que esas inútiles cuadras asfaltadas eran para circular por el convento de monjas.

Un día vi a esa nena que vivía frente al circuito. Nunca había concurrido a las carreras pero desde su casa veía la largada y la llegada era la más linda de todas pero no tenía bicicleta era una casa pobre y pequeña. Noté que me prestaba atención cuando ganaba la carrera y que el día de los yesasos se había metido para adentro, no alentó la pelea como el resto de las niñas. O sea que para ella era anónima la hazaña por la cual todos me respetaban. Haber vencido a otro de los grandes con el brazo quebrado. Ahora ganar era una necesidad tan importante como respirar, era un medio para llegar a la mas hermosa y ser el autentico campeón de Trujuy porque las carreras solo eran una excusa.

Ahora lo sé. Era mi despertar sexual. Esa imagen es la más hermosa que recuerdo, la diminuta figura de esa niña con sus tristes ojos negros. El amor de mi vida. Amor no corrompido. Tan novedoso y desconocido como imposible.

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Mi bicicleta era un extraño cuadro ingles con enormes ruedas finas, sin frenos, sin portaequipaje trasero ni guardabarros, todo lo que no fuera indispensable se le había sacado pero aun así pesaba mucho, costaba mucho arrancar pero a los cincuenta metros tomaba tanta velocidad que les llenaba los ojos de tierra a los demás. Ahora todo dependía de la cadena. Si, la cadena a veces se salía. Mi papa me había advertido que salir de golpe y parado sobre los pedales gastaba el bolillero de la caja pedalera y la misma tomaba juego, por eso se salía la cadena. Decía... ¡dale, seguí usándola así!. yo no te voy a comprar otro bolillero. Pero que alternativa tenia. Si salía despacio no ganaba la carrera. Lo mas preocupante era que la cadena se salía con mas frecuencia a medida que pasaban los días. Claro, la caja se gastaba cada vez mas. Ahora no bastaba con la resistencia física y la destreza para pilotear la bici, ahora el azar intervenía en mi vida poniendo todo en peligro. Así me resigne a competir y aceptar la derrota como parte de la competencia misma. Ya no miraba para esa casa cuando perdía y cada vez perdía con mas frecuencia y me desálente ahora ya no ponía el máximo esfuerzo por ganar porque sabia que el azar podía echar todo a perder a pesar de mi mejor esfuerzo. Ese día acepté que el azar gobernara mi vida y me convertí en un perdedor prematuro. Después de día y de varias derrotas ciclísticas abandone las carreras de bicicleta y nunca mas vi al amor de mi vida. Mi vida cambio por completo. Me resigne a crecer y convertirme en un obrero mas que vive una vida gris aceptando lo que la vida le da sin pedir nada. Consiente de mis limitaciones humanas físicas y económicas.

Algunos días manejo mi camioneta por el viejo barrio y paso por el circuito de Trujuy. Nunca mas mire hacia esa casa pobre. No se si esa nena vive aun alli.

Fin.

 

Tiempo y espacio.

Cuento de Awka Shelnam.

 

Hoy es un día triste pero especial para mí. Hoy hace mil años exactamente que me encuentro en este extraño lugar, un planeta entero para mi solo pero en total soledad.

Pase un año consiente de que no había ingerido alimento alguno y no morí.

Si que es extraño.

¿Que como llegué aquí?

Nadie mas que yo disfrutaría de conocer esa respuesta. No recuerdo que paso luego de aquella noche, dormíamos juntos y desperté aquí. Solo.

Todo un planeta para mí. En total soledad. Comencé a explorar este planeta intentando encontrarte y fue en vano. Nadie hay aquí. me pareció extraño que todo lo que recorría ya lo había visto anteriormente, eran lugares, paisajes que yo conocía, ciudades que yo visite, pero vacías.

Un día note que no cantaban pájaros y recordé todos los que pude. Invente otros y volé con ellos recorriendo el planeta. Me entretuve por un tiempo diseñando vientos y cataclismos, lluvia, rayos. Nada ocurre sin que yo lo provoque. A los pocos años esa ocupación me aburrió y deje el planeta desértico

Cansado de las imágenes repetidas imagine una ciudad que jamas había visto. Una ciudad que tal vez no exista en el universo. Esa mañana salí a caminar por mi ciudad y estuve varios días recorriendo sus calles y plazas vacías. Termine por aburrirme y destruí mi ciudad. Utilice una explosión nuclear para ello y me senté en la plaza central a ver como la ola de radiación destruía todo. Todo menos a mí. El día de ese experimento

tomé conocimiento de parte de lo que ocurría, soy como dios que puede crear a su antojo pero no puedo crearte, ni reproducirte. Solo recordarte.

Y sufrir.

Recuerdo que ese triste día cree una daga y la hundí en mi corazón. Con esperanzas de morir. Por supuesto que tal cosa no ocurrió. El dolor de esa daga en mi corazón fue mínimo comparado con el de tu ausencia y el de mi soledad que son la misma cosa. Algunos días contemplo la daga en mi pecho pero ahí la dejo. Me ha acompañado por cientos de años hasta hoy.

Hoy cumplo mil años en este extraño lugar, olvidado por todos. Hasta por la muerte. Me senté durante años a esperarla como la libertaria de mi sufrimiento. La libertaria de tu recuerdo.

Jamas pude olvidarte y reflexione que si el olvido no era solución, el recuerdo si lo seria. Y comencé a recordarte. Recuerdo así el ida que compuse un soneto o algo por el estilo. Decía...

 

No entendí que un amor

tan grande como el mío

pueda ser olvidado.

Y me fui a otro mundo

creyendo que te hacia

parte de mi pasado

Y ahí viví mil años

ni uno mas, ni uno menos

sin poder olvidar

tus ojos color miel

como daga en mi pecho

Y me odie por huir

por no saber luchar

por no poder ganarte

y mil años viví

con la resignación

de no tenerte

odiando tu recuerdo

como nunca odie a nadie.

 

Nunca mas intente escribir un verso. Nunca pude olvidar ese estúpido soneto. Todos los Díaz inconscientemente lo recuerdo como una maldición.

Finalmente construí un cuarto pequeño y lo habito sin mas anhelo que esperar el día de mi muerte. Por algún motivo creí que seria hoy. Mi año numero mil.

 

Estoy de espalda a la puerta contemplando la pared. Presintiendo que algo grande pasara hoy, hace horas que estoy así. Escucho que la puerta se abre y un humor especial me invade. Ya que yo no hice abrir esa puerta. Una ola de frío me golpea

y siento la presencia de dos seres a mis espaldas. Me esfuerzo por no crear imagen ni recuerdo alguno para no distorsionar la realidad. Algo esta pasando sin que yo lo provoque por primera vez en mil años. Sin moverme de donde estoy, cierro los ojos. Siento tu respiración. Siento tus pasos hacia mí. Siento tu perfume y los latidos de tu corazón que se agita. Siento la presencia de otra mujer que te espera sin transponer mi puerta.

Giro lentamente y abro mis ojos. Ahí esta tu rostro a veinte centímetros del mío y me paralizo. No dices ni una palabra.

Miro tus ojos color de miel como dos transparentes ventanas a tu espiritu y mas intenso se hace el dolor en mi pecho, pero no por autocompasión, este dolor es por ti, por mi egoísmo. Cuando tus ojos me dejan ver hacia su interior veo un oscuro abismo de tristeza, de desamor, de desesperada búsqueda. Te veo buscándome infatigablemente durante mil años. Mientras yo aislado te odie por no estar a mi lado.

Si vos nunca dejaste de buscarme. Y cuando comienzo a avergonzarme sucede un milagro.

Veo tus ojos de miel ya no tristes sino amigos, nobles. Perdonando mi ausencia y mis faltas. Dulces y profundos se iluminan y en el interior de esa luz veo el amor que viene a buscarme. Que todo lo perdona. Que nada recrimina. Ese amor que se inmola. Que se traga el orgullo y traspone las barreras de tiempo y espacio. Amor del que yo no soy capas y que no merezco.

Sigo paralizado. Mudo, entonces me abrazas y siento un fuerte impacto en el alma. Hay un flash cegador y tu figura se santifica. Tus manos arrancan de mi pecho la daga que yo clavara y el dolor desaparece. Tus labios color carmesí besan la herida sangrante que inmediatamente cauteriza. Ahora mas carmesí que nunca. Bañados en sangre me besan la boca y tus brazos me rodean. Me hundo en un profundo éxtasis. Mis ojos se llenan de lagrimas y siento como nuestros pies levitan separándonos de la tierra, elevándonos en un vuelo celestial. Siento a esa extraña mujer que no traspusiera mi puerta acompañándonos en nuestro ascenso y todo lo comprendo. Es la muerte que nos hace el hermoso regalo de una eternidad juntos.

 

La directora del hospital criogénico examino esa noche el historial de cada paciente. Vio esas dos historias clínicas unidas por un clip. Mil años esperando una cura, una resurrección penso. Leyó ambos y eran idénticos a no ser por el hecho de que eran de sexos opuestos. Dijo en vos alta como si alguien la oyera... Cuerpos aplastados totalmente. Irreconstruibles, continuo leyendo y hablando sola... Se registra una actividad cerebral médicamente inexplicable. Penso que después de miles de años de estudio la medicina ignoraba muchas funciones cerebrales. Hacia seis meses que había sido nombrada directora del hospital criogénico y tomaba su cargo muy en serio. esa noche decidió aumentar el cupo de camas del hospital una guerra que se desarrollaba demandaba todas las camas posibles. Ella era dios ahora deicida quien moría y quien seguía esperando una cura.

era dios y como tal su responsabilidad no permitía descuidos ni juicios apresurados. Recordó sin saber por que esa leyenda urbana que recorría los pasillos del hospital cuando ella era practicante. Esa de los novios que dormidos fueron aplastados por los escombros del edificio que se derrumbo por el impacto de un proyectil. Ya nadie recordaba en que guerra había sido. Involuntariamente sus ideas se iban por las ramas. Y era lógico. Llevaba dos noches sin dormir y había mandado a matar a decenas de pacientes. Pero ese acto salvaría vidas que tenían mas posibilidades de cura y no llegaría esa cura si no había camas. Por mas lógico y razonable que fuera esto le ocasionaba un conflicto moral.

Llamo al medico de guardia y le ordeno desconectar a los milenarios vegetales. Cuando el medico se retiro cayo dormida sobre el escritorio. Esa noche soñó que era la muerte y escoltaba a los amantes en su vuelo celestial. Se despertó avergonzada, con la sensación de estar faltando a su deber. Tomo otra historia clínica y antes de abrirla cerro los ojos por un segundo y recordó el beso de esos dos amantes. Se avergonzó de su romanticismo y la seriedad recupero el terreno perdido.

A la mañana siguiente todas las historias clínicas habían sido leídas. Los cadáveres de ex vegetales hacían fila en el pasillo que conducía al incinerador del hospital y había camas para los nuevos que llegaban por decenas.

Awka Shelknam

Fin.

 

 

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